Dos meses después de cumplir 30 años, el 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath acomodó en la cuna a sus dos hijos de tres y un año. Cuando verificó que dormían, metió su cabeza en el horno y cocinó su último poema. El mundo civilizado está gobernado por un sinfín de Sylvias. Una vez han comprobado que dormimos como niños, han decidido abrir la llave del gas y que sea lo que Dios quiera. Los ministros de economía de este mundo ya han dejado de respirar tranquilos. Saben perfectamente que una nueva crisis se avecina. Tienen la certeza que otra crisis ha sido cimentada por su irresponsabilidad manifiesta.
Aunque no será en todas partes igual, el repunte económico se estancará cuando se retiren los estímulos y la evidencia que otras burbujas se han ido alimentando también. Ayer la bolsa española lideró la explosión. La nuestra explotó en las narices de más de uno. El más que seguro deterioro de la deuda española empieza a ser un tema recurrente en los foros internacionales. Sólo aquí se desentienden, pero poco a poco hacerse el sueco significará convertirse en un miserable de solemnidad.
No eran brotes verdes, era una burbuja de deuda. Las crisis que se suceden tras una explosión de una burbuja sólo se pueden combatir con la paciencia o con la gestación de otra burbuja. Por ejemplo, en Estados Unidos se ha intentado generar riqueza de un modo insensato para paliar lo antes posible una recesión gigantesca. El único modo de que eso se pueda producir es fabricando un globo de tamaño similar. Ya pasó antes.
Las bacterias que penetraron en el sistema y provocaron la crisis financiera que vivimos lo hicieron de modo imperceptible a partir de 2002, cuando la FED bajó los tipos durante mucho tiempo al 1%. Ese dinero barato se canalizó en mercados inmobiliarios de medio mundo. Se hizo para generar consumo y valor en un escenario de crisis bursátil derivada de la explosión de la burbuja puntocom y a la vez se iba gestando la nueva burbuja inmobiliaria. En definitiva, podemos decir que en aquel momento los agentes responsables de la economía norteamericana se colocaron medallas inmerecidas por sacar a medio planeta de una crisis de un modo muy rápido. Nadie les ha pedido cuentas por colocarnos seis años después en un escenario siniestro. Ahora vuelven a parecer héroes de cartón que aseguran habernos sacado de la encrucijada con el “brillante” mérito de meter paladas de dinero-deuda en el sistema.
En aquella ocasión, en 2003, una oportunidad llamada burbuja inmobiliaria se cruzó en el momento justo. No hay método de salir rápido de una crisis si una burbuja no sustituye a otra. Está por ver que la burbuja de deuda que mantiene el tibio impulso de este mundo sea lo suficientemente generosa como para que logre su cometido a corto plazo. Da igual pues está claro que a medio plazo reventará como lo hacen los huevos cuando caen desde un quinto piso. Las burbujas duran lo que duran y benefician muy poco tiempo. Luego la parada técnica.
Y es que estamos rozando lo demencial. Los bancos centrales han llegado al extremo. Han vertido dinero inexistente sin reparo. Han situado los tipos al borde de la antieconomía y han valorado medidas no convencionales para impulsar un globo bíblico. Creían que se debía actuar rápido y lo hicieron, pero no midieron sus consecuencias. Ya sabemos que en primer término esa ingente cantidad de basura monetaria ha dado resultados, se les ha denominado “brotes verdes”. Esas buenas noticias lograron que en algunos índices la crecida fuera la mayor de su historia. El índice ibérico ha subido tanto que da hasta vergüenza ajena. En principio parecía que parte de esa mejora en los mercados se debía a buenos resultados de bancos y empresas, como si la crisis fuera sólo de unos cuantos parados y no tuviera que ver con nada más. De repente el optimismo bursátil animó su propio empacho. La propia subida de las cotizaciones apoyada en la deuda, los fondos de rescate y la fábula del insensato, estimulaba otro ascenso de tipo más endogámico. Crecía el valor en bolsa y se generaba dinero, la consecuencia se convirtió en causa.
Ayer, durante el primer síntoma de que cuando algún foro internacional ponga en duda que tanta deuda sobrevolando nuestras cabezas sea el mejor mecanismo para salir del atolladero, se produjo el primer susto. No será el último y no será sólo español. Los efectos secundarios de la medicación abusiva en forma de masa monetaria aparecerán. Son efectos que pueden permanecer inactivos mucho tiempo como hacen todas las burbujas, pero tarde o temprano se evidencian. Cuando estos se empiecen a reproducir sus efectos pueden ser peores que los de la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera.
Los antecedentes son claros. El gobierno español tiene que emitir un importe record de deuda para financiar el elevado déficit publico para este año. El Tesoro está obligado a colocar 211.500 millones de euros entre letras, bonos y obligaciones en 2010, lo que se suma a un importe bruto ya captado de 161.675 millones. La verdad es que lo tiene cada vez más difícil. En el exterior la deuda española no brilla. Las grandes operativas de compra en aval público se formaliza en entidades nacionales. El boquete es doméstico. El saldo vivo de la deuda publica ha aumentado en 104.057 millones desde hace un año de los que el 48% fue adquirido por las propias financieras españolas. Además si tenemos en cuenta los avales repartidos por el Tesoro a principios de 2009, veremos que el 70 % de ese crédito público también se quedó en España. El paquete de dinero-deuda está en casa.
¿Recuerdan cuando algunos estuvimos avisando de lo que podía pasar si explosionaba la burbuja inmobiliaria? Nadie atendía. Se hinchaba sin reparo igual que se infla esta. ¿Alguien está interesado en saber que pasará cuando explosione la burbuja de la deuda? Para los que quieran tener primicias, que se compren una butaca en primera fila con vistas al mercado español. ¡Que lo disfruten!
Carmen Aldeguer Cortés